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El martillo, los clavos, la pared y el yeso.

  • Foto del escritor: Clara Zq
    Clara Zq
  • 19 jun 2020
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 10 jul 2020

¡Hola! Tiene mucho que nos leemos por aquí pero no podía concretar ninguna de las ideas que había tenido hasta ésta. Hace rato me puse a pensar de nuevo en esta historia...Espero ser más constante a partir de ahora. Bueno, te dejo leer lo que hoy pensé.


Uno de los mayores defectos con los que nací (gracias papá jajajaja no es cierto) pero sí uno de los peores defectos que tengo es mi mal carácter. De niña, y sobre todo en la adolescencia, fui el dolor de cabeza de mis papás. Recuerdo que mi mamá solía decirme que nadie me iba a aguantar con un carácter tan feo (y pues la verdad sí tenía razón, háganle caso a sus mamás ellas son sabias).

Durante todo ese tiempo como buena psicóloga mi mamá buscaba de todas las maneras que yo mejorara (te amo, gracias por eso). Un día me contó una historia que, desde ese momento, he tenido presente en la mente y que me ayudó a controlarme más. Seguro ustedes también la han escuchado, aún así hoy voy a recordarla.



Esta es la historia de un muchachito que tenía muy mal carácter. Su padre le dio una bolsa de clavos y le dijo que cada vez que perdiera la paciencia debería clavar un clavo en la pared.

El primer día, el muchacho clavo 37 clavos en la pared.


Las semanas que siguieron, a medida que iba aprendiendo a controlar su genio, clavaba cada vez menos clavos, y descubrió que era más fácil controlar su carácter que andar clavando clavos en la pared.


Finalmente llegó el día en que pudo controlar su carácter durante todo el día. Después de informar a su padre, éste le sugirió que retirara un clavo cada día que lograra controlar su carácter.


Los días pasaron y el joven pudo finalmente anunciar a su padre que no quedaban más clavos para retirar de la pared... Su padre le cogió de la mano, le llevó hasta la pared, y le dijo:


- Has trabajado muy duro, hijo mío, pero mira todos esos agujeros y hoyos en la pared. Ya nunca más será la misma. Cada vez que tú pierdes la paciencia, dejas cicatrices iguales a las que ves aquí. Tú puedes insultar a alguien y retirar después lo dicho, pero del modo en que se lo digas le devastará, y la cicatriz perdurará durante mucho tiempo. Una ofensa verbal puede ser tan dañina como una ofensa física. Tu familia, tu pareja, tus hijos, tus amigos, son joyas preciosas. Te ayudan y animan a seguir adelante. Te escuchan con atención, y siempre están prestos a abrirte su corazón.



Si nos quedamos con una versión meramente humana, la enseñanza es muy buena. Justo ahora creo que muchos (no me dejaran mentir) en la situación que nos encontramos, ven difícil tener paciencia con aquellos que están conviviendo 24/7. Cada que sientas que vas a perder la paciencia o decir algo que pueda ofenderlos te recomiendo que te acuerdes de esta pequeña historia y en como en un momento de coraje desenfrenado podemos herir a los que más queremos.

Y bueno, ya años después reflexionando de nuevo esta historia, ahora siento que está un poco incompleta. Así que les voy a explicar la última parte que está en el título del post: el yeso.


Después de hacer esos agujeros en la pared, podemos ir también sanando estos con yeso. ¿Cómo? En primer lugar, ofreciendo una disculpa; pero una disculpa en serio, el hecho de pedir perdón implica que reconocemos nuestro error y procuraremos de ahí en adelante no volver a cometerlo. Así, cada que preferimos no volver a clavar el clavo en el mismo lugar damos tiempo a que el yeso se seque, después será momento de pintarlo y pronto no quedará más que el recuerdo y probablemente ese también se pueda ir olvidando.


Nuestras relaciones en la vida son mucho de perdonar y seguir adelante. Todos en algún punto somos parte del martillo o somos la pared que recibe el clavo. Lo importante es no quedarnos ahí, sino realmente buscar que nuestra pared esté lo más lisa posible, sin agujeros…


Y bueno, ya por último; esta pequeña historia también me la contaron para entender de mejor manera cómo funciona la confesión. Cada que pecamos ofendemos a Dios, y es como si claváramos en nuestra alma un clavo, cuando recibimos la gracia de la confesión, quitamos todos los clavos. Sin embargo tenemos aún en nuestra alma pequeños agujeros formados por el pecado, podemos recurrir a las indulgencias que otorga la Iglesia, con eso se borra poco a poco (o parte de) ese agujero que teníamos en nuestra alma consecuencia de nuestros pecados. (La verdad es que esto es como muy básico, tuve que consultar esto[1] para no andar diciendo estupideces).


Para no aburrirlos más, llego al final de mi reflexión: retira los clavos que has puesto y toma el yeso para reparar lo que has estropeado. Y cada que pierdas la paciencia acuérdate del martillo, los clavos, la pared y el yeso….




Pd: ¡Feliz Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús!



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1 comentario


btxn94
23 jun 2020

Yo me quedé sin clavos, y los de la pared los usé para colgar enseñanzas, el orgullo y la inmadurez no me permitió repararla, y no es tarde, pero ahora me rodean paredes diferentes.

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