Mujer, Sé Sumisa
- Clara Zq
- 15 oct 2020
- 6 Min. de lectura
Llevaba un par de meses con la idea de escribir sobre este tema. Al fin he podido ponerle un poco de orden a las ideas de mi cabeza y compartir lo que pienso de estas palabras de la Sagrada Escritura que se leen mucho en las bodas y generan diversas reacciones… desde la risita tonta hasta la indignación feminista por atreverse a mencionar la palabra «sumisa».
Actualmente, cuando leemos o escuchamos la palabra sumisa se nos viene una nube negra a la cabeza, sobre todo a las mujeres, ¡sí, a mí ya me liberaron! Ya no tengo la obligación de quedarme en casa a estudiar y cuidar de mi familia desde ahí, ahora tengo la oportunidad de trabajar e igualar en todo a los hombres, pero… ¿Te has puesto a pensar lo que significa realmente que la mujer deba ser «sumisa»?
Como lo mencioné en mi post sobre la maternidad, oírme (o leerme) decir esto hace unos 4 o 5 años sería motivo de sorpresa para mí también, ya que mi visión sobre la maternidad y la feminidad era distinta. Pero ahora me doy cuenta que es muy sencillo y que las mujeres no debemos tener miedo a decir que sí, debemos ser sumisas.
He leído muchos comentarios (tanto positivos como negativos) sobre si debemos o no seguir usando esa palabra, porque pareciera que en un mundo cada vez más feminista decirte «sumisa» genera mucha confusión y sobre todo un sentimiento negativo o de rechazo por parte de nosotras, las mujeres. Esto nos trajo el feminismo y los movimientos por los derechos de las mujeres, nos enseñaron a tenerle miedo a la palabra, cuando en realidad es algo que deberíamos aspirar todas, independientemente de la vocación a la que estemos llamadas (religiosa, matrimonio o soltería, aunque de esta última no sea una vocación como tal).
Ahora sí, entrando en materia, veamos que nos dice San Pablo en su carta a los Efesios:
«Sed sumisos los unos a los otros en el temor de Cristo. Las mujeres a sus maridos, como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es Cabeza de la Iglesia, el salvador del Cuerpo. Así como la Iglesia está sumisa a Cristo, así también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo[…]».
Me di el lujo de cortar la cita bíblica, porque pareciera que a partir de ahí ya tenemos oídos sordos para continuar leyendo…
«[…]Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada. Así deben amar los maridos a sus mujeres como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer se ama a sí mismo. Porque nadie aborreció jamás su propia carne; antes bien, la alimenta y la cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la Iglesia, pues somos miembros de su Cuerpo.» (Ef. 5, 21-30)
Hasta hace poco entendí, por inspiración divina, que esta es la cita perfecta para describir el amor. Y ahora, sí estoy hablando de un amor romántico, un amor de pareja, entre hombre y mujer. Que belleza que diga San Pablo que así como Cristo amó a su Iglesia y dio la vida por ella, así deben ser los esposos; de ese amor tan grande, capaz de sacrificarse a sí mismo, surge que la mujer, en reciprocidad se someta; se someta al amor, a la caballerosidad, al respeto, a la belleza y a la protección que un hombre puede darle desde el papel de esposo.
Al leer el texto completo, vemos otra instrucción de San Pablo, los esposos deben amar a sus mujeres como si fuera parte de su cuerpo, es decir, como se aman a sí mismos, y es que el amor es todo menos egoísta. Se debe amar de tal manera que se purifique uno por el ser amado y ese amor purifique también al otro, cuando una persona se une en Matrimonio «ya no son dos, sino una sola carne» (Mc. 10,8) el sentido no es totalmente literal, sino que implica también que existe una unión que va más allá de lo corporal y lleva a que tanto el uno como el otro, cuiden de la otra persona como si cuidaran de si mismos.
Ya lo decía también Costanza Miriano «es el momento de aprender la obediencia leal y generosa, la sumisión. Y, entre nosotras, podemos decirlo: debajo siempre se coloca el que es más sólido y resistente, porque quien está debajo sostiene el mundo».
La sumisión, no es más que una obediencia generosa. Es entender, que como mujer, por mucho que queramos controlarlo todo, y creo que este es un grave problema en muchos matrimonios que tienden al fracaso, se debe también aprender a ceder porque se reconoce que el otro es también perfectamente capaz de tomar decisiones, sobre todo cuando se involucra la vida familiar. Las mujeres tendemos a desarrollar el don del consejo; ¡cuánto lo hemos practicado! Horas y horas de experiencia con las amigas de algo deben funcionar, pero nunca, imponer. Ya lo decía también Monseñor Tihámer Tóth, : «El más prudente cede. El prudente en este caso ha de ser la mujer siempre habrá divergencias, aun entre los esposos más comprensivos, y en estos casos uno de los dos tendrá de ceder. Y este es el papel que le incumbe a la mujer». Y es que, cuando ambos se muestran tan intransigentes a ceder, se generará un desequilibrio que puede llegar a terminar, incluso, ese Matrimonio.
Incluso, podría decirse, que de niños todos éramos sumisos a nuestros padres, entendíamos que ellos tenían autoridad sobre nosotros y por el amor que les teníamos, obedecíamos lo que nos indicaran.
Me llama la atención también que, La Santísima Virgen María, en su matrimonio con el Patriarca San José también vivió esta obediencia generosa. Me encanta este cuadro, en el que San José está teniendo el sueño en el que el ángel le advierte que deben salir porque Herodes busca al niño para matarlo, veo como si la Santísima Virgen María pareciera estar consciente de todo lo que está sucediendo y, en su papel de Esposa, no dice nada, ni adelanta nada. Espera a que sea San José el que dé la orden de salir. Incluso, si lo pensamos más, desde que emprenden la peregrinación a Belén para empadronarse, sabiendo que estaba a punto de dar a luz, no dice nada, obedece en silencio y con amor. ¡Qué ejemplo!

A mí que no me vengan a decir que ser sumisa debería ser motivo de vergüenza, cuando el modelo de mujer (para los católicos) supo serlo siendo que, por ser Madre de Dios, fue coronada de todas las gracias y coronada como Reina de Cielos y Tierra. Si tan sublima Señora supo, por amor, someterse a su Esposo, para vivir como una familia normal ¿Con qué descaro yo, insignificante, temo hacerlo?
Para terminar, me gustaría también repasar otra cita de San Pablo, esta vez con su carta a los Colosenses:
«Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque esto es grato a Dios en el Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que se vuelvan apocados.» Col. 3, 18-21
Aquí vemos, que no solamente da casi el mismo mandato a las mujeres, sino también pide a los hombres que amen a sus mujeres, es decir, que ambos tienen una obligación que cumplir, y, también involucra a los hijos, fruto del Matrimonio.
Si queremos rescatar a la sociedad, primero debemos rescatar la familia. Y aquí apelo a las mujeres, especialmente, no tener miedo de decir que sí, al casarse esperan ser sumisas, entendido en el sentido que acabo de exponer; no en el sentido moderno que quieren imponer sobre estos bellos textos de los que sacan que la Iglesia considera a la mujer como inferior al hombre, cuando no es así. «Varón y mujer los creó » iguales en dignidad pero distintos en todo lo demás. Así que, no hay nada que temer en decir que somos sumisas, porque es, en verdad, un acto de amor.
Pd: Recomiendo ampliamente la lectura de dos libros que pueden ayudar y brindar más luz de la que yo, brevemente, pude brindar por aquí:
«Cásate y sé sumisa», de Costanza Miriano
«El matrimonio Cristiano», de Monseñor Tihámer Tóth.
Pd 2: El cuadro se llama «El Sueño de San José», está expuesto en el Museo del Prado y fue pintado por Vicente López Portaña.
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